A lo largo de nuestra vida conocemos a muchas personas, que nos acompañan a lo largo de nuestro camino, algunas durante una etapa y otras desde que las conoces hasta el fin de tus días.
La familia de sangre nos viene dada, no la elegimos, pero la familia del corazón está formada por esas maravillosas personas que hemos conocido, con quienes hemos compartido momentos, experiencias, situaciones y que nos han acompañado y apoyado en nuestros mejores y peores momentos.
A veces, el destino nos regala algo mágico: esas amistades que van más allá de la simple unión de personas. Esas amistades que comienzan con un encuentro causal… pueden ser compañeros del colegio, del trabajo, conocerlas en una cena, un cumpleaños… o en un lugar inesperado.
Puede ser un sinfín de aventuras, risas descontroladas o noches de confesiones profundas. No existe un manual para formar esta familia de amigos, sencillamente se va tejiendo entre complicidades, apoyos incondicionales y conexiones que trascienden las palabras.
No importa el inicio de esta amistad, al final crecen de manera natural, nutriéndose de momentos de confianza, apoyo y diversión.
Hoy quiero dar las gracias, a todas esas maravillosas personas, que forman parte de mi vida, y que juntas hemos formado nuestra segunda familia. Son esas personas que llamo refugio u hogar. Esas personas que nos aportan seguridad, calma y nos hacen saber que no estamos solas.
Gente con la que reír, compartir, celebrar, llorar, olvidar y festejar. Y qué importante son, especialmente cuando vives fuera de tu ciudad.
Estas amistades son los tesoros que nos regala la vida. Nos demuestran que el amor, la amistad y el cariño, pueden llegar a construir lazos más fuere que los de la sangre. Y que la familia que elegimos la construimos con amor, risas y momentos inolvidables.
¿Y tú recuerdas en qué momento esas amistades se convirtieron en familia?
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